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ECONOMIA Y VARIOS-RECOPILACIÓN

Wall Street conmemora el «crack» del 29 sin garantías de que la crisis no se pueda repetir

EDICIÓN IMPRESA - Bolsa 0ctubre 2004

Wall Street conmemora el «crack» del 29 sin garantías de que la crisis no se pueda repetir

TEXTO: ALFONSO ARMADA, CORRESPONSAL/

El 75 aniversario del histórico desplome de la Bolsa de Nueva York se celebra en medio de un mercado turbulento, Estados Unidos endeudado hasta extremos inquietantes y dudosas garantías de que la catástrofe no se puede repetir

NUEVA YORK. Los «felices veinte» se estrellaron en la Bolsa de Nueva York en el otoño de 1929. Hace hoy 75 años, el «martes negro» dio la puntilla a una semana trágica: el hundimiento de Wall Street sumió a Estados Unidos en la mayor depresión de su historia y al mundo en una pesadilla de la que, tras una guerra atroz, tardaría en recuperarse.

De la euforia que proclamaba «no hay más techo que el cielo», al grito que evocaba a los perplejos náufragos del «Titanic», un desesperado «sálvese quien pueda», se llegó en sólo unas semanas, conscuencia lógica de una depresión de la que el estallido de Wall Street no fue más que el resultado, no la causa, como se explica en «Un imperio de riqueza», el recién publicado ensayo de John Steele Gordon en el que explica «la épica historia del poder económico americano». Pero aunque a los jerifaltes de la Bolsa les gusta recalcar que el mercado cuenta hoy con garantías que harían imposible un «crack» semejante, para economistas como Charles Gibson los desequilibrios están ahí, como el formidable endeudamiento de Estados Unidos. Podría «volver a ocurrir».

Aunque algunas imágenes lograron atrapar la imaginación popular, e incluso el alma del poeta Federico García Lorca, que vivió aquellos días febriles de 1929 en Manhattan y contribuyeron a nutrir de sus más sombríos acentos su «Poeta en Nueva York», parece que la estampa de banqueros arrojándose al vacío desde los altos despachos en los rascacielos no fue más que un rumor. Que hubo suicidios a causa de la súbita ruina y que acaso alguien se tiró por la ventana parece cierto, pero no como una epidemia, y parece que a Lorca se lo contaron, que no se torció mirando a lo alto de los cañones de Wall Street para leer la desesperación en los alféizares.

Quiebra generalizada

A tiempo para este 75 aniversario de una quiebra generalizada que sumió en la negrura la economía mundial, acaba de llegar a las librerías estadounidenses una elocuente historia de cómo la única superpotencia mundial hizo el camino que le llevó a la peana que hoy ocupa. Columnista de «American Heritage» y en el «New York Times» y el «Wall Street Journal», Steele Gordon ha recibido merecidísimos elogios por un libro que es un modelo de claridad expositiva, como demuestra en las páginas que dedica al «crack» («crash», es como el léxico anglosajón recrea el sonido de algo haciéndose pedazos contra el suelo de la realidad). A pesar de que Estados Unidos llegó al final de la Primera Guerra Mundial como el país financiera y económicamente más fuerte del mundo, a finales de los años veinte era también el principal prestamista mundial, el principal exportador y, tras el Reino Unido, el segundo importador.

Las durísimas sanciones impuestas a la derrotada Alemania fueron empleadas por las potencias victoriosas para devolver los préstamos librados por banqueros estadounidenses. Pero los banqueros de Estados Unidos pronto encontraron una vía todavía más lucrativa: préstamos para financiar la compra de accciones.

A finales de los veinte, Wall Street volvía a ascender la escalera de sus periódicos «booms», como en los años treinta, cincuenta y setenta del siglo XIX, una vez que logró zafarse de la breve depresión de 1920-21. Sin embargo, el abismo entre el crecimiento real del Producto Nacional Bruto (59% en los años veinte), contrastaba con la temperatura del índice Dow Jones (400%). El mercado había entrado en un bucle, un globo, y como la historia demuestra, sólo se suelen reconocer como tales después de que revientan. Como resalta Steele Gordon, en el verano de 1929, Wall Street y sus millones de clientes estaban completamente fuera de sintonía con la realidad económica, mientras «los sueños de hacerse ricos bailaban sobre sus cabezas».

Hace unos días, Charles Gibson comparaba en el londinense «Sunday Business» lo ocurrido en el 29 y el panorama de hoy, hijo todavía de la «exuberancia irracional de los mercados». Después de haber ascendido a un inigualable 386 puntos en septiembre de 1929, el índice Dow Jones llegaría a caer hasta los 40,56 tres años después, un 89%, y necesitaría 25 años antes de que recuperara su nivel anterior al «crack» en términos nomiales y hasta los años setenta para recuperarse en términos reales.

Semana frenética

Al fatídico 29 de octubre de 1929 se llegó después de una semana frenética, que sin embargo venía cociéndose desde que el Reino Unido abandonara y retomara el patrón oro, que regulaba el comercio internacional, tras haber dejado a Alemania con 55.000 millones de dólares en reparaciones de guerra pagaderas en oro.

El dinero fácil se convirtió en una espiral mortal, que llevó a los bancos alemanes al desastre (un caldo de cultivo que, además del resentimiento por las condiciones impuestas en Versalles, sirvió para un virus preparado por un tal Adolf Hitler). El volumen de acciones que cambió de manos aquel martes de hace 75 años fue de 16 millones, un récord que se mantuvo durante cuarenta años. El índice Dow Jones bajó un 23% respecto al sábado anterior, y cerca del 40% respecto al techo, tan cerca del cielo, que había alcanzado en septiembre. Como dice Steele Gordon, «la mayor catástrofe económica en la historia del país había comenzado».

«Desafortunadamente, la respuesta es «sí»». Esa fue la contundente contestación que Charles Gibson dio a la pregunta de si la pesadilla podía repetirse, puesto que hay desequilibros temibles. «Estados Unidos está jugando un doble papel, el de Alemania (como el principal deudor internacional) y como el Reino Unido (como la potencia hegemónica, cuya moneda es el instrumento de pago del comercio mundial)».

Al igual que la libra en el 29, el dólar está sobrevaluado con respeto a su principal socio comercial, China, con quien mantiene un gigantesco desequilibro (importa mucho más de lo que le vende), mientras que el dinero barato lo proporciona Japón.

Aunque, añade Gibsdon, los desequilibrios no son tan monumentales como en el período de entreguerras, la deuda nacional de Estados Unidos es de más de siete billones de dólares, comparados con un Producto Interior Bruto de casi 11 billones. Pero si se añaden los casi cuatro billones de dólares que necesitan para equilibrar sus cuentas la Seguridad Social y Medicare (prestación de ayuda médica a los ancianos), el panorama es más que inquientante, a lo que nada contribuye el callejón sin salida de Irak y la imparable crecida de precio del crudo.

Para completar el dispositivo letal haría falta una caída del precio de la vivienda, como se produjo en el 29. Pero podría ocurrir, dice Gibson, si Japón pierde fe en la capacidad de Estados Unidos para devolver sus préstamos, la Reserva Federal sube el precio de un dinero que hoy sigue por los suelos y el dólar se va al garete. Las Bolsas disponen ahora de mecanismos de seguridad para parar la caída libre, pero no para negar la realidad económica al margen de los parqués.

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