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ECONOMIA Y VARIOS-RECOPILACIÓN

LA ENCRUCIJADA DE LOS REYES DEL 'PETRODOLAR'

http://www.elmundo.es/suplementos/nuevaeconomia/2005/286/1123365605.htmlTras la muerte del rey Fahd, Arabia Saudí se prepara para el cambio generacional. El reinado de Abdula será fugaz y puede dar paso a una nueva generación de jeques, los nietos del fundador del país. Del histórico relevo dependerá no sólo el futuro de sus 26 millones de habitantes. También la salud económica de Occidente, cuyas naciones necesitan el crudo saudí para vivir

Por Juan T. Delgado

Arabia Saudí ha decidido reducir su producción de crudo en 300.000 barriles diarios. En vista de las negociaciones en curso, esperamos que todos los productores de la OPEP y los mayores exportadores independientes reduzcan su oferta para lograr el equilibrio deseado».

El párrafo es el tercero y último del comunicado que ha marcado la historia del mercado petrolero en la última década. Fue redactado y difundido en Riad el domingo 22 de marzo de 1998. Llevaba el membrete del Gobierno saudí: una palmera sobre dos cimitarras.Y como el tiempo ha demostrado, no portaba una recomendación, sino un ultimátum en toda regla. Pocos exportadores desoyeron el mensaje. La mayoría respaldó la propuesta a pie juntillas.Al unísono, los magnates cerraron el grifo del crudo. Y la cotización del barril -hundida durante meses- cogió tantos bríos que aún hoy, siete años después, prosigue la subida.

La potestad de Arabia Saudí en el mercado petrolero es tan firme como en 1998. O como en el 59, cuando su responsable de Asuntos Petroleros, Abdula Tariki, engendró la OPEP en una suite del Nilo Hilton de El Cairo. Desde su nacimiento (en Bagdad, un año después) y pese al enorme potencial de algunos de sus socios, Arabia Saudí y la OPEP han sido y son una misma cosa. Por si algún mandatario se había olvidado de ello, la muerte del rey Fahd ha refrescado la memoria de Occidente esta semana. La sucesión del legendario monarca no afecta sólo al bienestar de los 26 millones de ciudadanos saudíes, sino al rumbo de la economía mundial. Tan rotundo como cierto.

La incertidumbre que genera el relevo es tal que el propio Gobierno de Riad adjuntó al anuncio del fallecimiento una promesa de estabilidad política a largo plazo. De los 40 vástagos del fundador de la dinastía reinante (el legendario Abdelaziz Abdulrahman al Saud), dos de ellos liderarán el país. Abdula será rey; Sultán, príncipe heredero. Hasta ahí, el asunto queda atado y bien atado.

Pero hay un problema de cifras: 81 y 77 son las edades respectivas de los dos gobernantes. 73,9 y 41,1, los porcentajes de reservas y de producción de crudo que controla la OPEP en todo el mundo.La combinación asusta a los observadores internacionales. Quien ostente el cetro saudí tendrá un poder inmenso y efectivo para influir sobre la cotización del petróleo. Y en función del nivel que alcance el barril, se expandirá o retrocederá el Producto Interior Bruto (PIB) de los países occidentales.

Analistas y bancos de inversión auguraban esta semana una larga temporada de inestabilidad para el mercado energético. Hasta ahora, los elevados precios del crudo respondían a otros factores, tanto productivos -fuerte demanda y escaso excedente de oferta-, como geopolíticos -conflictos en Irak y atentados islamistas-.Nadie contaba, sin embargo, con el añadido de una posible guerra de poder en el país que exporta más crudo de todo el mundo.

Transcurridos siete días desde la muerte del rey Fahd, casi todos los expertos coinciden en formular una afirmación y una pregunta.El mandato de Abdula será transitorio, lo cual ayudará a impedir cualquier terremoto político. Pero, ¿qué ocurrirá cuando llegue al trono la siguiente generación?

La cadena sucesoria podría prolongarse con los 20 hermanos y hermanastros aún vivos de Abdula. Bastaría con que cada cual le entregara el testigo al siguiente, de mayor a menor edad.Pero la ley otorga al rey el poder absoluto para elegir heredero.Más pronto que tarde se producirá el salto generacional y gobernarán Arabia Saudí los nietos del fundador de la dinastía Al Saud.

Son tantos los candidatos y tantas las facciones de pensamiento en la clase gobernante que la coronación de uno u otro podría cambiar completamente el rumbo de la política petrolera nacional, basada en el compromiso con Occidente. Y esa sería la mejor de las peores soluciones. Podría caer la dinastía y nacer un nuevo régimen, más radical -incluso- que el actual. Otros dioses han claudicado ya, y no muy lejos, precisamente. Que se lo digan a los iraníes, que llegaron a creer que el Sha era invulnerable.

Los mensajes de calma y el silencio sepulcral impuesto durante los funerales no han bastado para enterrar los malos augurios.Desde la fundación del reino, en 1932, Arabia Saudí ha vivido cuatro relevos en el trono (1952, 1964, 1975 y 1982). En estos 73 años de Historia, los habitantes el país del desierto, que nació de la guerra, han vivido desde asaltos al poder a un regicidio.El caso más extremo es el del rey Fasal, que sufrió un golpe de Estado en 1969 y fue asesinado seis años después por su sobrino.Sin embargo, siempre han portado el bastón de mando los hijos del venerado Saud.

Tarde más o menos en materializarse el recambio, parece claro que el futuro de la dinastía y el destino del país caerá en manos de los nietos del fundador. El problema es que la tercera generación no lo tendrá tan fácil para vivir, al igual que sus padres, como reyes del petrodólar.

Los primeros yacimientos de crudo fueron descubiertos en 1930, antes del nacimiento del moderno Estado saudí. Pero hasta finales de los 60 no se produjo el verdadero despegue de la industria.La inclinación hacia aficiones más mundanas del rey Jaled dejó los asuntos del barril en manos del enérgico Fahd, entonces príncipe y miembro del Gobierno. Obra suya es el milagro petrolero saudí.Y suyas son la alianza estratégica con Estados Unidos y la gloriosa victoria de Riad sobre las multinacionales extranjeras de la era Rockefeller, que exprimían los pozos sin dar casi nada a cambio.

Las mismas crisis energéticas que hundieron a la mayoría de las naciones occidentales en 1973, 1979 y principios de los 80, hicieron rebosar, en cambio, de billetes verdes las arcas del Ejecutivo saudí. Percibieron tantos petrodólares que, a lo largo de los años 70, el potencial de crecimiento de su economía tenía poco que envidiar a países como Alemania y Japón.

Según el Departamento de Energía estadounidense, Arabia Saudí percibía en 1972 unos beneficios netos por las exportaciones de crudo de 17.100 millones (en dólares constantes de 2005).Este año, las estimaciones apuntan a un cifra casi nueve veces mayor: 150.100 millones de dólares. El incremento del Producto Interior Bruto (PIB) también ha sido astronómico. La estadística del World Factbook de la CIA muestra un crecimiento del 100% entre 1983 y 2004.

La Arabia Saudí de 2005 es otro planeta, si se compara con aquella que empezaron a conquistar en los años 20 el joven Saud y unas cuantas decenas de guerreros beduinos. Eso sí: diferente para lo bueno y para lo malo.

Si los padres de la patria iban en camello y sus hijos en encerados Chevrolet recién importados de América, al saudí del siglo XXI no le queda otro remedio que ir a pie. Por dos razones: hay menos dinero y muchos más bolsillos que llenar. En 1980 poblaban el país poco más de ocho millones de personas. Hoy, incluyendo los cinco millones de residentes extranjeros, tiene 26,4. Más del triple.

Para ver las consecuencias basta con examinar de nuevo las cifras del Departamento de Energía de EEUU. Los beneficios petroleros per cápita ascendían a 22.174 dólares en 1980. El año pasado, a 4.511 dólares, cuatro veces menos.

Otra perspectiva la dan los dos rostros que ofrece al visitante la capital saudí. En pocos kilómetros, el viandante puede contemplar los escaparates de las firmas más lujosas del planeta y los suburbios donde se hacinan los más desfavorecidos de Riad.

El culpable absoluto de la situación -lo recuerdan los estudiosos del país- no es el crecimiento demográfico. Hay otros factores.Como el injusto reparto de la riqueza. Y sobre todo, la inexistencia de reformas decididas, para evitar que al país se lo trague el desierto cuando los yacimientos se vacíen de petróleo.

El PIB per cápita ronda los 12.000 dólares. Claro que para efectuar el cálculo se han metido en el mismo saco los míseros subsidios del 25% de la población que está en paro (sólo un 14%, según el Gobierno) y las fortunas de los jeques petroleros. El máximo exponente de estos últimos es el príncipe Alwaleed Bin Talal Alsaud, sobrino del rey, y quinto en la lista de multimillonarios de Forbes con una fortuna de 23.700 millones de dólares.

Muchos observadores occidentales critican que Riad no haya canalizado los torrentes de petrodólares hacia la inversión en negocios distintos al energético. A sabiendas, sobre todo, de que por muy vastas que sean las reservas de petróleo tienen fecha de caducidad. Pero la ausencia de un proceso de diversificación tiene causas muy complejas.

Precisamente, ha sido la complicada confluencia de posturas en la numerosísima familia real lo que ha frenado cualquier intento de reforma. Siendo ya príncipe heredero, Abdalá superó los prejuicios anti estadounidenses de su juventud y creó (el 30 de agosto de 1999) el Consejo Económico Supremo. Su misión: abrir a la inversión extranjera los tesoros que guarda el subsuelo de la Peninsula Arábica. Luego vendría la famosa instantánea: su perfil majestuoso cruzando el umbral del rancho Crawford, de la mano -literalmente- del presidente Bush (Texas, 25 de abril de 2005).

En lo político, Abdalá convocó la pasada primavera las primeras elecciones municipales -para unos un gesto; para otros, una descarada farsa-. En lo económico, aprobó una batería de medidas de corte aperturista para atraer dinero privado. Y para asegurarse el beneplácito de los más conservadores, las acompañó de un proceso de saudización del tejido industrial.

Para empezar, bajó los impuestos a las multinacionales extranjeras: un 30% a las que extraen gas y un 20% en el resto de actividades donde participan empresas foráneas. Con la vista puesta en la Organización Mundial del Comercio -de la que Riad no forma parte- insinuó la posibilidad de privatizar una parte de Saudi Aramco.Este gigantesco holding controla el 98% de las reservas de crudo del país, que a su vez representan la cuarta parte de las existentes en todo el planeta.

Los resultados son tan poco visibles que ni están cuantificados.Salvo alguna rara excepción, la mayoría de los negocios estratégicos (energía, telecomunicaciones, infraestructuras...) siguen totalmente cerrados. Peor aún, la saudización, mediante la cual se pretendía recortar el elevado número de trabajadores extranjeros y sustituirlos por nacionales, ha aumentado las trabas burocráticas lo que ha provocado un frenazo a la llegada de capital extranjero.

Pese a todo, Abdalá seguirá intentándolo en los años que le queden de vida. Pero, al igual que ocurre en El Vaticano, es obvio que Arabia Saudí tiene por delante un reinado relativamente fugaz.De los 7.000 príncipes que conviven en el país, sólo son reverenciados un par de centenares. De este exclusivo grupo saldrá el encargado de evitar que el país del oro negro y la estirpe Al Saud tengan el mismo final que Macondo y los Buendía en Cien años de soledad.

Los vaivenes del petróleo y los reinados de Arabia Saudí



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Las llaves del reino

ROBERTO CENTENO

Con algo mas del 25% de las reservas de petróleo mundiales y un 11% de la producción, las llaves de paso del sistema productivo del Reino wahhabíta controlan hoy el precio del crudo y, en consecuencia, nuestro bienestar y modo de vida. El resto de países de la OPEP, cuya capacidad de utilización ha pasado del 80% en 1990 al 99% a día de hoy, carecen de margen de reserva para atender una demanda que no cesa de crecer. Sólo los saudíes conservan aún, aunque sea mínimamente, cierta capacidad de respuesta, y la muerte del rey Fahd aunque no cambiará probablemente nada en el corto plazo, ha sido un toque de atención sobre las incertidumbres que rodean el abastecimiento energético.
El rey Fahd carecía de poder ejecutivo, pues debido a su precaria salud, lo había cedido hace diez años a su medio hermano el príncipe Abdulláh que ahora le ha sucedido, y que ha nombrado a su vez sucesor al hermano de Fahd, el todopoderoso ministro de Defensa príncipe Sultan. Por ello, a corto plazo, la hipótesis más probable es la continuidad. Y España pierde un amigo que nos ayudó tiempos difíciles. Otra cosa es la incertidumbre que plantea el futuro; tanto el nuevo rey como el heredero son personas de edad, 81 y 77 años respectivamente, y al príncipe Sultan le operaron el año pasado de un cáncer de estómago, por lo que la situación podría deteriorarse pronto a no ser que la Casa de Saud consiga el consenso sobre un heredero más joven.

Más de un 50% de la población saudí tiene menos de 25 años y un porvenir incierto -la renta per cápita es hoy un tercio inferior a la de hace 30 años debido a la expansión demográfica-. Además, se encuentra fuertemente influenciada por el clero wahhabí más radical, que, en lo religioso, y desde Pakistán a Bosnia, predica la unidad del Islam bajo la más rígida ortodoxia, y en lo político la vuelta al Califato, es decir, a las fronteras del imperio Arabe en el siglo VIII, con España incluida, así como la guerra santa contra los infieles, particularmente judíos y cristianos, hasta su total destrucción, objetivo que constituye la razón de ser de Al Qaeda, cuyo origen está en el sueño expansionista de las élites islamistas radicales. Muchos jóvenes saudíes que luchan hoy con la insurgencia iraquí pueden ser una seria amenaza a la vuelta a su país.

El gran problema para el mundo libre es que esto sucede en una zona que contiene las dos terceras partes de las reservas petroleras mundiales que, si cayeran en manos hostiles, supondrían pura y simplemente el fin de nuestra civilización y modo de vida.Esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia del Reino wahhabí, el único capaz de garantizar el suministro petrolero cuando la demanda crece como nunca, con cientos de millones de personas mejorando su nivel de vida. En 20 años, el mundo consumirá un 40% más petróleo que hoy, y la mayoría de las zonas productoras declina, tanto que, en las dos últimas décadas, por cada dos toneladas de crudo consumido sólo se ha encontrado una para reemplazarlo.

La buena noticia es que los saudíes han iniciado un masivo esfuerzo inversor para elevar a 15 millones de barriles/día su capacidad de producción, que es hoy de poco más de 10. La mala noticia es que han dicho que esto es el tope y, difícilmente, el reino saudí podrá superar esta cifra. La conclusión es clara: la época del petróleo fácil y barato ha terminado, por lo que sólo la innovación y la conservación podrán resolver los problemas energéticos del futuro. En lo inmediato, con una capacidad de producción cercana al límite, no existe margen para imprevistos, y peor aún es la situación de la capacidad de refino que, funcionando al máximo desde hace dos años, empieza a tener serios problemas operativos.

Tenemos un invierno muy incierto por delante. A nivel mundial, un precio del crudo sostenido por encima de los 60 dólares invertiría la tendencia alcista de las Bolsa. Si se supera los 70 dólares, esta cifra afectaría significativamente al crecimiento y a la inflación, y por encima de 100, algo posible si el tema de Irán se complica, produciría una recesión.

En España, el impacto sería proporcionalmente mayor: nuestra economía depende del petróleo y del gas en un 79% frente al 38% de la media de la UE, y nuestro consumo de energía por unidad de PIB es un 20% superior a la media europea. Por ello, si los precios del crudo superan este invierno los 70 dólares y se mantienen varios meses, podrá estallar la burbuja que es hoy nuestra economía, inflada artificialmente por un consumo interno muy por encima de nuestras posibilidades, alimentado por un endeudamiento masivo de las familias. En concreto España consume e invierte hoy un 6% mas de lo que produce, una situación absolutamente insostenible.

Roberto Centeno es catedrático de Economía de la Escuela de Minas de la UPM.

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